Hay una mosca que camina y deposita su semilla
sobre la cara del deseo de la América dormida.
Ya no existe maquillaje que oculte tu enfermedad.
El mundo en silencio espera a que Dios apriete el botón.
Y, mientras, el viento ofrece a la luz su último baile, hasta languidecer.
Los gusanos sobre ruedas corretean por las calles.
El optimismo se nos pudre en nuestras manos marchitas.
La ciudad de las víctimas aprendió a matar.
La estatua de la libertad ha sido violada, y
tiemblan, caen, gigantes de papel.
La pequeña y triste América empieza a llorar.
El mundo en silencio
llena sus manos de semen rojo.
Y, mientras, se acerca
la barahúnda que nos hará cancerar.
Máquinas golpean
una y otra vez la carne muerta.
Sodomizados
por las armas que una vez empuñamos.
Aún nos quedan rescoldos de lo que fuimos una vez
asomando por las grietas de nuestra atrición.
Podemos ser pelágicos y mitigar la tarasca hambrienta.
Savia en el agua.
Agua en la herida.
Herida en la tierra.
Tierra que grita.